Noche de vino y rosas la pasada este Viernes en el comedor del Remigio. Restaurante de maderas nobles que rezuma historia, alto en el camino de románticos vates que tuvieron a bien pernoctar en tan acogedor recinto. La música y la gastronomía son una manera agradable de llegar a comunicarnos las personas, aunque dirigir este guiso no es sencillo si no está bajo la batuta de estos grandes músicos que suponen alimento para la sensibilidad, más la sabia cuchara de nuestros expertos cocineros.
Se consumó una noche en mística comunión entre gastronomía y música. Con la excusa de devorar las exquisitas viandas que los «Pitxurris» nos ofrecieron, desgranamos entre plato y plato sonidos de Nueva Orleans, salpicado con ritmos de Vals peruano a cargo de nuestra singular orquesta, con notas recién sacadas de su horno creativo, dispuestos a deleitar nuestros oídos. Escucharlos fue tan beneficioso para nuestra hipertensión como reducir la sal en la comida.
Música tan intensa y expresiva que una vez escucharla producía agujetas en el cuerpo y extradiástoles en el corazón. Estos virtuosos de la improvisación y el pentagrama cimentan la música en el occipucio, la ejecutan con manos de seda, aletean sus dedos y vibran sus labios al unísono y, con el balbuceo de su cintura, remueven sentimientos que suenan profundamente en los oídos sorprendidos.
Al mando del timón del barco nuestro tudelano Miguel Tantos, prodigio de músico, poniendo rumbo con su tripulación a tierras americanas con notas y ritmos imposibles. A lo mejor la música sirve para algo en nuestra vida y el resto, para casi nada. Y…es que las notas de estos artistas del pentagrama supusieron como un «toque» a nuestras conciencias, como fuente de vitaminas para nuestra vida.
Cocinero de talento este Luisito junior, se le aprecian por demás sus raíces tudelanas. Nos ofreció un menú salpicado de contrastes imaginativos y sabores atrevidos. Pensándolo bien, me hubiera gustado tener como plato la bañera; y, además, la «estocada»… no fue excesiva, teniendo en cuenta el cartel del maestro.
Acabamos relamiendo los labios con atractivos productos, sus pucheros se nutren de buena materia prima para cocinar los sueños. El menú estaba sublime, tanto, que he pensado que se venga a vivir conmigo. Resulta atractivo y recurrente a nuestra edad volvernos «yonkis» de la comida, sabiamente combinada con dosis de exquisita música servida con primor entre plato y plato.
Una mesa compartida puede constituir una gran demostración de afecto. Los fogones en perfecta armonía con la música, también son un canal para alcanzar reconocimientos y captar la atención de las personas queridas. Fue una cena excelente, por lo menos a la altura de la más famosa de la historia, «La última cena» y, además, en ésta no hubo traición y sí alta complicidad salpicada de arpegios y trémolos.
Alguien dijo que la gastronomía, es la única actividad que podemos realizar dos veces al día con más ganas… excepto… los superdotados que tienen… otras preferencias.
Dispuestos a repetir.
Un texto de Pepe Martínez.